sábado, 17 de diciembre de 2011

Mi ultimo viaje en tren a Oviedo

En mi último viaje en tren de Pravia a Oviedo me ha sucedido un hecho raro y casi surrealista.. yo desde hace unas semanas decidí viajar a la capital en tren, el viaje es de una hora de duración y se desarrolla en su mayoría al borde del rio Nalón, un viaje de placer y de sentidos. Pues en este último en el apeadero de Beifar subió un señor de unos 40 años gordito y de aspecto bonachón, los asientos son de 4 en 4 yo me suelo sentar en el sentido del tren, así puedo admirar el precioso y cada vez mas descontaminado rio Nalón, se instalo en frente de mi, le sonreí y le di los buenos días, eran las 9h38 me respondió los mismos buenos días y yo seguí con mis quehaceres, al pasar por San Roman de Candamo me percate que delante de la casa de comidas de mi amiga Viry el viento había tirado sus letreros, gracias a la era tecnológica en que vivimos la llame por telefonía móvil, por FACEBOOK no lo pude hacer todavía ya que FEVE empresa concesionaria del servicio ferroviario no dispone de red wifi en sus vagones, se quedo sorprendía y a la vez agradecida por la información, entrando en una zona muy boscosa empecé a leer el magnífico libro de una nieta de Mallezano, Sylvia Grijalde la cual narra la vida de su abuela en su última novela “ CONTIGO APREDI”.
A los pocos segundo de coger el libro mi vecino de vagón me dice “sabes los millones de árboles que se salvarían si no se dejara tanto espacio sin escribir en los libros y sobre todo en los márgenes… cuanto espacio perdido…” debo de reconocer mi sorpresa ante este sermón ecologista en medio de un paisaje idílico y casi de postal, lo que mi vecino no esperaba era una respuesta racional a su sermón. Si los libros tienen un marchen sin escribir es porque antiguamente la tinta impresa se componía de plomo al tener la mala costumbre de humedecer el dedo índice para dar la vuelta a la hoja se corría no solo el riesgo de desteñir el relato sino de envenenarse… La cara de mi vecino se quedo como tiesa sus ojos casi se salen de su órbita lo que menos pensaba el ecologista ferroviario era una respuesta a su sermón, el cual probablemente llevaba años pronunciando a los lectores en sus viajes de tren. No volvió a gesticular hasta la estación de Trubia donde se bajo del vagón todavía bajo el choc con la mirada parada, como de haber padecido un golpe emocional muy fuerte, le despedí con un hasta pronto me miro con cara de asombro y se despido con signo de la mano.